Arran de l'últim article d'Enric Morera al seu blog recupere l'article de Josep Vicent Boira a La Vanguardia del passat 5 de març. Interessant i lucidíssim com solen ser els seus articles. La negreta és meua.
NADA NUEVO EN VALENCIA, de Josep Vicent Boira en La Vanguardia
Si hay algo más previsible que una campaña electoral española es una valenciana. Las posiciones, aparentemente ágiles, son pesadas en el fondo. De la Vega y González Pons se presentan como espadachines de la estocada fina, pero sería más justo presentarlos cual luchadores de sumo o como trenes que chocan impulsados por su inercia. Siempre he creído que no existen comités de campaña en los partidos valencianos. No hacen falta. Las posiciones de cada bando están prefijadas con antelación a la campaña. Pero esta antelación no es de días, ni de semanas. Es de años. Incluso de décadas, especialmente en el centroderecha.
Las posiciones del PP en Valencia de cara al 9 de marzo se debieron fijar en algún despacho oficial en 1978. En el País Valenciano, la transición congeló la política. La derecha valenciana, desde el lamentable Abril Martorell, siempre se ha negado a asumir que hay una porción de país (a veces la universidad, otras los intelectuales o los profesores de instituto e incluso una cierta clase empresarial) con una lealtad por la cultura, los intereses y la lengua propia exasperante pero insobornable. Con tal de que no ganara la izquierda y que en España no hubiera más identidades plurales, jugó sus bazas para hacer un país al margen de estos grupos. Y casi lo ha conseguido. La reciente propuesta del imaginativo y a veces un poco histriónico González Pons de lanzar una opa al electorado moderado nacionalista, en realidad la jugada política más de fondo de la campaña valenciana hasta el momento, es una idea que podría ser mucho más que una ocurrencia si el PP hubiera sido (o fuera) capaz de reforzar su valencianismo real y, por ende, desmontar un cierto tufillo anticatalanista y un repudio a la intelectualidad local. Un Partido Popular a la gallega, a la navarra o a la balear, además de obtener réditos electorales, detendría la ofensiva sobre su "trogloditismo". Pero como el centro es una actitud y no un programa, cosa que la derecha valenciana nunca ha entendido desde Ignacio Villalonga, en las elecciones del 2008 no se dará este hecho. Además, hasta que no pierda el poder no se dará cuenta de sus errores, como le pasó al PSPV. Y ya que hablamos del rey de Roma, la izquierda se halla también presa de las flechas rojas marcadas en la batalla de la transición. Por eso es tan difícil su renovación.
El Bloc Nacionalista, una fuerza eminentemente decente, sigue atenazada por el espejismo de su propia imagen de país y por las alianzas tácticas con los descarriados de IU. A su líder, Enric Morera, las circunstancias le destejen por la noche lo que teje por la mañana (qué buena jugada acudir al Te Deum en la catedral de Valencia por el nacimiento de Jaume I ante el pasmo de la izquierda local). El proyecto de Izquierda Unida es rehén de un Partido Comunista invisible cuya radicalidad verbal es sólo comparable a su pérdida de influencia y el PSOE, con María Teresa Fernández de la Vega, ha lanzado una especie de operación Market-Garden,cual aliados en la Holanda ocupada, visto que los puentes que conquistar están demasiado lejanos para las fuerzas convencionales. Pero como en toda operación aerotransportada, el riesgo (en Arnhem participó otra valiente brigada polaca que no fue precisamente la Pomorska) es no conectar con las fuerzas terrestres. Establecer con arrojo y determinación una cabeza de puente que nadie puede alcanzar es lo peor que puede ocurrir. De la Vega, con una gestora lermista a su chepa, podrá abrir un frente en Valencia, pero ¿con qué fuerza consolidará la conquista? Esta es la cuestión.
En el fondo, no hay movimientos de fondo en la campaña valenciana y De la Vega y Pons volverán a Madrid, ámbito supremo de las ambiciones locales. Mientras la derecha no se deshaga de su triste herencia nunca podrá transformar la cantidad en calidad y mientras la izquierda no entienda que confianza y generosidad son más importantes que siglas o posiciones nacidas de mayo de 1968 (o de 1962 cuando Joan Fuster acuñó una cierta forma de entender el país) no habrá sorpasso.En realidad, todo es un problema de alejamiento de la realidad. Los valencianos votaremos el 9 de marzo cada uno prisionero de nuestro sueño. Sin embargo, el primero que se decida a quebrar la cintura a la vieja política valenciana con osadía y sinceridad se llevará el gato al agua. Lo nuevo y lo un poco desconcertante vende. Y los valencianos estamos locos por comprar. A la espera del Obama local (¿de derechas, de izquierdas, de centro, valencianista...?), nihil novum sub sole.Nada nuevo bajo este sol valenciano, que por cierto, tan bien retrató un Joaquín Sorolla que asiste mudo, desde sus multitudinarias exposiciones, a esta campaña electoral valenciana tan déjà-vu.
J. V. BOIRA, profesor titular de Geografía Urbana, Universitat de València
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